sábado, 13 de enero de 2018

Antonia Valentín Hernández, "Antonia la Panadera"

Antonia Valentín Hernández, 2009
Doña Antonia nació allá fuera en El Toscal, en el Valle de San Lorenzo [1919-2018] Los padres vivían en casas que daban a un mismo patio. Y fíjate si era tan cerca, una puerta de una abuela y otra puerta de la otra abuela.
Antonia Valentín Hernández, Antonia la Panadera, adquiere su apodo de esta profesión que se inició con sus padres, Antonio Valentín, Antonio el Panadero y María Hernández, María la Panadera, continuando con sus hijos Antonia y José Valentín Hernández; Antonia la Panadera y José el Panadero. Por más que José, no se arrimó nunca al horno ni a la panadería.
En el Censo de Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920, esta familia se encuentra inscrita en el Valle de San Lorenzo. Antonio Valentín Bello, de 40 años y ausente en Cuba, casado con María Hernández Delgado, de 24 años, y su hija Antonia Valentín Hernández, de un año de edad. Antonio Valentín regresa de Cuba en la segunda mitad de la década de 1920, con una profesión aprendida con Francisco Hernández en San Miguel de Abona y en la isla caribeña. A su llegada al Valle de San Lorenzo construye un horno de cocer pan en El Toscal, e inicia su labor de panadero junto a su esposa María Hernández.

María Hernández con Antonia Valentín. De pie, Tomasa Hernández Delgado

Han sido los recuerdos de doña Antonia los que dan a conocer esta primera panadería instalada en el Valle de San Lorenzo. Se abrió en el año veintisiete, después ya empezaron las demás, y esta se cerró en el sesenta y siete, sesenta y ocho. Ellos eran quienes amasaban, mi padre y mi madre, ahora ya después que él murió ya si me metieron a mi. Colaboraba en la panadería, desde niña, repartiendo pan, yendo a buscar agua, yo sería desde siempre, porque tú no ves que yo crecí luego, me metieron con la cesta en la cabeza. Desde que tenía nueve años me cargaron, porque iba llevando el pan a las ventas y pusieron la panadería, tenía yo siete años, ocho años, y yo repartía el pan en el Valle.
Cuando empezó, en ese tiempo, no era la cosa como hoy, no tenía sino la cocina y un cuartito de teja y otro de azotea, después de este lado hicieron el salón, en la cocina que está por este lado está el horno, y después hicieron el salón de lo demás. El salón lo construyó seño Nicolás de Beña, el salón pa poner todo pa la panadería.

Antonio Valentín Bello

La harina se amasaba a puño, en la artesa, una palangana de madera. Venía la levadura en paquetitos. Y antes de venir la levadura en paquetitos, de la misma masa que se hacía se dejaba pa hacer la levadura pal día siguiente. Se mezclaba la levadura con un poco de harina y se amasaba y se esponjaba. En la artesa se hacía la levadura, se dejaba allí hasta la madrugada que se amasaba. La levadura se hacía por la tarde y a la madrugada que se levantaba para hacer el pan ya echaba el agua y la harina y con la levadura, y venga dándole vuelta y venga dándole vueltas.
Tanto María la Panadera como Antonia la Panadera, preparaban todo tipo de panes, como ese de su padre, el pan batío, que se semeja al sobado actual, y que tantos caprichos colmó. Eso era como rosquilla, ese pan era él quien lo hacía, batiendo, batiendo y aquello salía de finito.
Y después cocinarlo en un horno de leña que construyó su padre, con leña que llegaba del monte y de la cumbre a lomos de animales. Que venían los camelleros, los burros cargados todos los días, por la noche.
Eran tiempos donde se amasaba cuando se conseguía cereal, escaso y casi siempre destinado al tostado y molido para obtener gofio. La harina se trabajaba a mano, en la artesa, con levadura que se lograba al dejar una parte de la masa del día anterior, hasta que comenzó a disponerse de la industrial. Y no menor dificultad conllevaba su comercialización, venta de pieza a pieza, de casa en casa, de barrio en barrio; a pie, como así lo hacían, entre otras tantas mujeres, la misma Antonia Valentín, Tomasa Hernández o María Cecilia; y siempre con la pregunta a la persona que lo adquiría: ¿a quién tienes malo?.  

Antonia Valentín y Eusebio Hernández

Los recuerdos de su boda con Eusebio Hernández García, creemos que en 1940, y con quien se hace cargo de la panadería a comienzo de la década de 1960, nos muestra momentos de dificultades. Para su boda no dispusieron de harina de trigo, por lo que elaboraron los dulces con harina de millo. Hicieron pocos dulces, mi padre se murió el día 8 de diciembre y yo me casé el día de reyes. Se casó en el Valle de San Lorenzo, celebrándola en la panadería con dulces, chocolate y caldo de gallina, y sin celebración de baile.
Había que pedir las mesas, porque yo por ejemplo tenía una mesa en mi casa, pues una mesa sola no alcanzaba, sino pidiendo en los vecinos, yo porque pusieron la mesa donde amasaban. Allí mismo comieron un poco y cada uno pa su casa.
Como se aprecia en sus comentarios, doña Antonia no tuvo una vida fácil. Es que la gente no sabe lo que uno pasaba. Una muestra de las dificultades de sus tareas las contó con su voz de pausado ritmo. En la casa qué hacíamos, ir por hierba, y a coger cochinilla, e ir a repartir el pan a las ventas, que bastantes veces subí la Montañita con la cesta a la cabeza pa ir a llevar pan pa Arona. O sembrar papas, cereales, tomates, en las huertas cercanas a la panadería. Áhi al lado de la casa, papas, tabaco, algodón, claveles, de todo eso. Y cargué muchas cajas de tomates de aquí a Cabo Blanco, porque al tercer día venían allí a empaquetar y había que cargarlos a la cabeza, de aquí allábajo.
Sus conversaciones, ricas, amenas y siempre con un punto de ironía, esa que se posee a través de la sabiduría que le aportaron los años, fueron haciendo cómplices de sus memorias a todo aquel que la escuchó. Palabras y silencios, narrados con humanidad por una mujer trabajadora, humilde, que reflexionó sobre un pasado que describe con tanta modestia que contrasta con la grandeza de lo que iba narrando.