jueves, 17 de diciembre de 2015

Juguetes tradicionales anclados en la memoria

  Niños jugando al boliche en Buzanada

Las actividades navideñas, en la actualidad, tienen su sombra alargada, las celebraciones se estiran hasta alcanzar casi un mes, iniciándose a mediados de diciembre y finalizando con la Cabalgata de Reyes, el 5 de enero. Por entre medias se ofician cultos religiosos, se apiñan jolgorios familiares, juergas entre amigos, cantos y parrandas por las calles, pero sobre todo son días esperados con ansiedad por la chiquillería.
Pero hasta no hace muchas fechas la navidad apenas existía en las casas del Sur, la cena de Nochebuena se consumía antes de la asistencia a la Misa del Gallo, se preparaba según los recursos de cada cual. Eran días de amasar pan, de disponer de una buena sopa y si acaso se permitían servir a la mesa alguna carne, como la de conejo o cochino que se engordaban y se mataban en la misma casa. Y poco más, las celebraciones de la llegada del año nuevo y los contados juguetes que amanecían el cinco de enero.
Los Reyes Magos no solían venir al Sur pobre y olvidado y cuando llegaban lo hacían con las alforjas casi vacías, como así lo vivió la vecina de Las Galletas, Rosario Domínguez Rodríguez. En ese entonces no había regalitos como hay ahora. Mi madre decía que al cumplir un año se le regalaba a la niña una cosita, para que tuviera un regalo todos los años, pero de reyes no, ya éramos como de ocho o diez años, ¿sabes el regalo que era?, unas almendritas que nos traían de San Miguel, y unas naranjas.
Encarnación Alayón Melo, rememora su infancia entre Arona y Los Cristianos. Los reyes eran pobres, que se conformaban según a su alcance, los más pobres pues le compraban unos dulces, unos maníces, unas naranjas, y se conformaban con aquello. Después empezaron a venir algunos juguetitos, y le ponían alguna muñeca a las niñas, y de los niños pocos juguetes habían, las niñas empezaron antes con las muñecas, que primero las hacían de trapo. Muñecas que se heredaba, como Encarnación que disfrutó de las Eulalia Melo Alayón, a quien se las había hecho su madre María Gómez Alayón, María Celestina. Y ponerles a gente mayor reyes, eso no se usaba, a gente mayor no se le ponía reyes sino a los niños. 

  Barco de penca. Charco en Los Cristianos
O como también hurga en su memoria la vecina de Taucho, Antonia Alayón Hernández, nosotros no sabíamos lo que eran reyes. Quien con esos ojos vivarachos que le brillan con la alegría del recuerdo, sus juegos se lo tenía que pedir prestado a la naturaleza, juguetes hechos de pencas o de gamona, que representaban los trabajos de los mayores; o muñequitas de trapo, que con tanta dedicación y cariño le confeccionaba su madre.
Juguetes tradicionales extraídos del entorno, rescatados del olvido, trasmitidos de generación en generación, mejorados y preservados en la memoria de nuestros viejos. Juguetes y juegos elaborados con la imaginación a través de las disponibilidades proporcionadas por la naturaleza. Todo era útil, reciclable: gamonas para molinos, piedras para muñecas, vergas para carros, latas de conservas para barcos, badana para las pelotas, caña para múltiples complementos, carozos de millo para muñecas, aros de barricas para correr dándole golpes con un trozo de madera, trozos de balos para moldear trompos, el barro para los boliches; y un largo etcétera, donde posiblemente se llevará la palma los elaborados con la penca, con la pala de la Opuntia ficus-indica.

Niños con aros en Los Cristianos 
Sobre todo con la marcada referencia de imitación a las labores que veían realizar en su medio, el campesino. A la penca se le extraía todo tipo de animales: cabra, camello, burro, etc.; o de útiles de la casa, como la cama, mesas o sillas; y otros tantos juegos como carros, barcos, resbaladeras o molinos. Como ese camello que confeccionaba Juan Méndez, de San Miguel de Abona, buscábamos la penca que fuera de un color amarillosita para que fuera bonito el camello y lo hacíamos cada uno, a ver el más bonito que lo sacaba y luego lo cargábamos con cantos. O las cabras que extraía de la penca Pablo Rodríguez, de Ifonche, en Adeje. Uno hacía una cabra otro un macho, había quien hacía manadas de ellas, al macho les hacía los cuernos grandes y jugábamos a esmocharlos. Citas las de este párrafo que hemos tomado prestadas de un animador sociocultural que lleva buena parte de su vida dando la vara en pos del rescate del juego y del juguete tradicional, Julio Concepción Pérez, entresacadas de su publicación: Romelarzo. Juguetes Tradicionales de pencas.
Juegos y juguetes que llegaban con las talegas repletas de fantasía e ilusión. Para los que se aprovechaba lo que la naturaleza disponía más lo que se pudiera reciclar, tal como nos apunta una vecina de Buzanada, Encarnación García Toledo. Una muñeca de una penca, si se rompía un plato que ello tampoco ni había, aquel era el adorno sobre de otra piedra. Un catre se hacía de penca y después empezaron los muchachos hacer de vergillas, las ruedas, mi Juan hacía las ruedas de un coche y de camiones con vergillas. Pero no había un fisco rejo que ponerle, hacerles la cera blanca y con una aguja le hacía uno los ojos, la boca y eso. Ah, más penas.  
Juegos y juguetes tradicionales el pos del rescate de la memoria de nuestros viejos, de nuestra cultura popular, que no debemos dejar que se pierda en el olvido. Que debemos preservar tal como nos los cuentan estos viejos, tal como lo ejecutan aún hoy con sus temblorosas, pero aún hábiles, manos. Como tan bien lo expresa, Gabriel Rancel González, enraizado en esta tierra sureña, quien con sus versos riega y hace brotar la ilusión: Niños de todos los tiempos/ vamos a ir al pasado/ para volver al presente/ con los juguetes de antaño.

LLuvia en San Isidro, diciembre de 1967

 
LLuvia en San Isidro, diciembre de 1967

Morriña, nostalgia que continúa a la espera de la lluvia, a la espera de poder contemplar charcos y maretas anegadas de agua de lluvia, de vida.
Una imagen publicada en prensa, en diciembre de 1967. Al pie de foto se cita el Teide nevado, que por la calidad de la imagen no se aprecia, pero que estará en el centro de la fotografía, en la que destaca la Montaña de Guajara.

Higos pasados del Sur. 1920

 

Higos pasados del Sur. 1920

Los frutos de la higuera ha sido utilizado por nuestros mayores para paliar años de sequías y de miserias, consumiéndolas como fruta fresca o pasada.
La fruta leche, ya sea blanca, negra o breval, se recogía cada cierto tiempo que solía oscilar entre los 5 o 10 días, ya madura, en algunos casos sobre lo pasado, pero siempre antes de abrirse y se tendían al sol en el pasil. Estos podían ser naturales, superficies de piedras volcánicas pequeñas era lo ideal, las azoteas o las eras. La duración de este proceso dependía de la insolación, de la humedad, del tamaño de la fruta, pero oscilaba entre los seis y los ocho días. Una vez que la fruta se pasada, se recogía en caliente y se sobaba a mano o en un saco, para que no criaran bichos. Se prensaban un día y se dejaban uno o dos días más al sol. Después se guardaban prensadas.
Anuncio publicado en diciembre de 1920, momentos en que ya estaba disponible la fruta seca.