viernes, 13 de marzo de 2015

Adorsinda Melo Aponte o el prestigio de los dulces

Adorsinda Melo Aponte


Adorsinda Melo Aponte nació en el aronero barrio de La Sabinita, pero pasó buena parte de su vida en Vilaflor, en El Hoyo, donde vivía con sus padres, Juan Melo Fumero y Petra Aponte Martín. También lo hizo en La Suerte, cuando se casó con Juan Tacoronte Hernández, y después otra vez en El Hoyo, lugar donde nació su hija María Tacoronte Melo, quien recuerda alguno de los momentos por los que transitó la vida de su madre, prestigiosa dulcera que recorrió buena parte del Sur de la Isla endulzando el paladar de sus gentes. En el Padrón Municipal de Vilaflor, para el año de 1940, Adorsinda Melo Aponte, que nace en 1883, en Arona, se encuentra inscrita en El Hoyo y de profesión sus labores; casada con Juan Tacoronte Hernández, se anota que nació en 1882, en Caracas, de profesión obrero y con 45 años residiendo en Vilaflor; y con los hijos: José, Antonio, Nicolás y María Tacoronte Melo; con fecha de nacimiento entre el año de 1918 y el de 1933.
Adorsinda Melo comenzó su labor de dulcera en El Hoyo, caserío de Vilaflor, tal como relata María Tacoronte. Yo no se con quien los aprendió, yo no se si fue que le nació a ella, si es que ella iba a Vilaflor y aprendió algo en Vilaflor, eso no supe yo nunca, yo cuando nací, desde que yo nací que tuve uso de razón que con tres años pelaba las papas en casa, vi dulces en la casa. De allí partía, cargaba los cajones de madera sobre un camello y se trasladaba a las fiestas de los pueblos. En muchos de los que se encuentran entre Granadilla de Abona y Adeje, esperaban impacientes los dulces de Adorsinda.
Y en cada pueblo, en cada fiesta, desplegaba su puesto. Los cajones estaban tapados, se llevaba una mesa y se abría la mesa, se ponía su mantel y sacaba de los cajones, y los cajones estaban allí todos tapados, que servían de asiento porque eran cajones fuertes. Y muchas veces sabanas por si hacía mucho sol, se ponía una sabana con cuatro estacones y se ponía una sabana como un toldo pa atajar el sol y si había algún sereno.
Cuando, sobre todo en verano, se trasladaba a los festejos, se producía un ajetreo continuo en su casa de El Hoyo. Era empatar una semana con otra, siempre con los dulces, empatar porque cada vez que había una fiesta había que salir, usté ve que Las Galletas es muy cerca al Valle, después era Charco del Pino, después San Antonio en Granadilla, después también San Miguel. Y a todos estos lugares se trasladaba Adorsinda, con la ayuda del camello y de su marido, transportando cajas repletas de dulces, colmadas de felicidad, del gozo al saborear las tortas chasneras con su blanquecino almíbar; los rosquetes rezumando aromas a vino y aceite; las piñas extrayendo el máximo gustillo a la almendra chasnera; los matrimonios, la más sublime combinación de almendra, azúcar y yema de huevo; o los mantecados que esparcían en el ambiente sus esencias a canela y limón. Por solo citar algunos de los que Adorsinda extendía sobre una blanca sabana, en su humilde puesto que no podía faltar en los festejos cercanos, presente imprescindible que se le llevaba al que no había podido ir a la fiesta de su santo predilecto.
Y allí iba también María, a la que su madre tenía que llevar consigo desde corta edad y que con posterioridad se convirtió en otra dulcera de reconocido prestigio. Desde que yo nací mi madre iba a la fiesta, porque una vez me llevó de veinte días a la fiesta de San Lorenzo, porque resulta que tenía unos dulces hechos pa que una tía mía fuera, la madre de Manolo el de Los Cristianos, mi tía Dolores, y entonces se le murió la suegra y no podía ir, entonces tuvo ella que ir, ¿dejaba esos dulces sin vender?, y me llevó con veinte días. Siempre recuerdo que me decía, con veinte días te llevé, no saliste muy parrandera y te quise parrandiar con veinte días.

Adorsinda Melo Aponte y Juan Tacoronte Hernández
 
Y de esta forma, entre el buen hacer de su madre, se crió María. Primero, cuando apenas despunta del suelo, ayudando a limpiar las milanas o todo ese quehacer de la casa, luego se fue introduciendo en ese mágico mundo de la dulcería. Mi madre primero era pa las fiestas nada más, pero ya después qué porqué no hacía dulces pa las tiendas, qué porqué no repartía, pues entonces ya empezamos a hacer pa las tiendas, entonces ya el reparto era más largo, primero ella era menos, pero ya después cuando yo salía, el reparto se alargó, era toda la zona que pertenece a Arona, Adeje, San Miguel, Granadilla.
En 1958, cuando María se casó con Ramón Beltrán Hernández, todavía se iba a las fiestas. En ese año, María y Ramón alquilaron una casa en la calle Duque la Torre, en Arona, y abrieron una dulcería. Ramón tenía la carpintería en los salones de la calle, después había otro salón, yo lo partí, hice sala, hice dormitorio y después pa dentro había dos dormitorios más y después tenía dos sótanos que era donde teníamos la dulcería. En el cincuenta y ocho hicimos el horno, a últimos del cincuenta y ocho, a los ocho meses de casada yo vino a Arona, se hizo el horno y ya a primeros de año ya estaba allí instalada haciendo dulces.
Y aquí continuó Adorsinda, ayudando a su hija en el horno de la casa en Duque de la Torre y en el que con posterioridad construyó María en su nueva vivienda de la calle José Antonio Tavío, donde reside desde 1970. Entre estos dos hornos de leña pasó María varias décadas, llevando alegrías a muchas bocas, a muchos hogares, “entraba la gente conocida que quería dulces y los mismos que uno le repartía por ahí que venían a Arona y querían, ellos mismos se servían, y si no empezábamos desde el jueves, viernes y sábado repartíamos.” Y ahí continuó hasta que se encadenaron las desgracias con la muerte de su marido y de sus padres, y dejó la elaboración de los dulces a comienzos de los años ochenta.
En todos estos lugares, estas dos mujeres confeccionaron sus dulces, siempre el horno de leña remataba el buen hacer de sus manos, ese que dan los años y la pasión por lo que se hace. Con la misma paciencia que elaboraban estos manjares, María ha ido desentrañando su sabiduría en preparar los ingredientes, en combinarlos con maestría, en conocer ese punto exacto que se necesita para introducirlo al horno, en encontrar ese justo calor, si el horno es flojo la torta sube y vuelve, y baja, sin embargo si el horno está un poquito fuerte la torta sube y se queda subida. Madre e hija han dejado su huella en la confección de estos dulces chasneros, amasados con el cariño que se trasmite de una generación a otra, con ese que le da el punto de diferencia a las cosas bien hechas.