sábado, 17 de enero de 2015

Cándido Fraga Domínguez, Cano, y sus recuerdos en Ifonche

           Cándido Fraga y Lola Dorta. Y una de sus pasiones, la caza. Los Cristianos, década de 1960


Cándido Fraga Domínguez nació en La Montañeta, en Ifonche, en la zona de Adeje, en las cercanías con los límites con Vilaflor, en septiembre de 1932. Cariñosamente se le ha conocido por Cano, nombrete que procede de su infancia, tal como lo relató: decían Canito, Canito y quedó Cano. En el cuartel si la pasé estrecha, el primero día, no ve que no respondía por Cándido.
En Ifonche vivió con sus padres, Jerónimo Fraga Afonso y Salomé Domínguez Reyes, y sus 4 hermanos, dedicados a la agricultura y a la elaboración de la teja, en cuya labor su padre fue un maestro. Teníamos unas huertas de jable pa las papas, sembrábamos cebada, sembrábamos lentejas, chicharacas, chochos, en ese tiempo se sembraba de todo. Sobre todo la lenteja parda, la lenteja blanca también se sembraba un puñadito, no todo el mundo sino alguno. ¿Y sabe dónde echaban? mezclada con la cebada. De esta manera se recogían por separado. La lenteja blanca se solía reservar para el consumo de la casa, y la parda se vendía. Las papas las plantaban en julio y en agosto, en secano y con el jable seco, iba arando y la polvacera del jable daba miedo.
Asimismo sembraban cereales en la costa. De este modo recuerda que trilló en la era de El Verodal, también sembró en la Cañada Verde, ambos en el Municipio de Arona. Si llovía veníamos pa la costa, mucha gente de Trevejos, de La Escalona, mi suegro que era de allí de Ifonche, pero si no llovía, no, la costa era muy seca.
Otra labor que realizó Cano, fue la recogida de pinocho, que acopiaban en los pinares ubicados al Norte de Ifonche. También estuvimos dedicados a bajar pinocho, veníamos con pinocho aquí al Puerto. Un camello cargado de donde le dicen Chimoche, a traerlo aquí a don Miguel, al Puerto.
Y recoger retama y transportarla en el camello e incluso al hombro. A veces íbamos hasta al hombro, un saco de retama al hombro. Como la guardia estaba áhi acechando al que fuera, iba uno y escapaba, sin animales, íbamos al hombro por un saco retama. La retama imprescindible para darle de comer al camello. Casi todo el mundo, era el arma que teníamos pa trabajar, el tractor que teníamos, áhi hubo un tiempo que se vivió mucho del pinocho. En burros, mulos o camellos.
El pinocho se vendía, con frecuencia, a Eugenio Domínguez, en Arona, los camellos lo llevaban a El Calvario y de allí lo trasladaba en camiones a La Caldera, en Adeje. Ellos se lo vendía a Miguel Bello, en El Puerto. A quince céntimos el kilo, teníamos que traer doscientos kilos pa ganarse treinta pesetas. 200 kilos era lo que aproximadamente cargaban en el camello.
Y otra labor que realizaba su padre, además de Cándido y sus hermanos, era la producción de la teja. Tarea que su padre aprendió del suyo, Eladio Fraga, quién elaboró tejas en un horno en La Concepción, en Adeje, que pertenecía a los abuelos de Cándido. Lo más que se dedicaba mi padre era a la teja, hacer teja. A él le gustaba mucho eso y conocía mucho la teja. En un horno que construyó su padre, una vez casado, que se encontraba al sur de El Dornajo, y por lo que la zona se le conoce por El Horno. El horno lo hizo mi padre y un señor que era albañil, que vivía en El Hoyo, que lo llamaban Domingo García, ese tenía un horno en El Hoyo.
Cándido era un niño cuando su padre lo construyó. Yo me acuerdo verlo hacer, yo era pequeño pero me acuerdo ver a mi padre picando allí en la tosca. Además su padre también quemó tejas en otros hornos, como el de Guayero o en del Hoyo; o en Adeje, en un horno ubicado en Teresme, una hornada pa Casa Fuerte.
La teja la hacían en los meses de verano, durante el invierno recolectaban la leña para quemarla. Había que arrancar los chamisos en invierno, la leña pa la teja, arrancábamos, hacíamos montañitas en todos esos campos, le decíamos gavillas, para que se fueran secando y cuando teníamos tiempo, en un camello que teníamos, la íbamos trayendo.
Yo me acuerdo verla vender hasta quince céntimos la teja, yo creo que la última la vendió mi padre, la hizo nosotros en Caracas, le hicieron un compromiso con una hornada, mi padre busco dos hombres, más o menos amañados, y la hizo y se la pagaron a peseta, la última, la primera fue a quince céntimos, después treinta céntimos, después media peseta, según iban las cosas.
Y además de teja también elaboraban ladrillos, por encargo, de dos dedos de altura, para los hornos de los higos. Ladrillos no hacíamos cantidad, si no si llegaban y encargaban cien, cincuenta, pa un horno. O baldosas cuadradas, de 25 o 30 cm, y de 3 o 4 cm de grueso.
Cándido Fraga 

Cándido, y utilizando una de sus acertadas expresiones, garrapatió bastante en la dura vida que le tocó transitar. En busca de mejoras residió en Caracas. Antes de su partida comenzó a buscar otro tipo de labores, como la de cantero, estuve en la pedrera de don Antonio por lo menos tres años. Con Antonio Domínguez, al norte del actual Comercial Verónica en Playa de las Américas. De esa pedrera se marchó para Venezuela. Allí estuve tres años o cuatro, si ha garrapatiado uno en la vida.
Después de regresar de Venezuela compró un solar en Los Cristianos, en la actual Avenida de Suecia, y a comienzos de la década de 1960 construyó su casa, en la que dispuso de una venta, que regentó su mujer, Lola Dorta Bethencourt. Poco después comenzó a trabajar en Vintersol, yo fui pa amueblar, armar mesas, camas,... le pagaban 20 duros al día. Después se quedó con el carpintero, y cuando este se marchó se dedicó al mantenimiento de esta clínica en la que se mantuvo unos 9 años. Después de cuyo periodo trabajó durante 25 años, realizando el mantenimiento, en los apartamentos Achacay.
La Infancia y adolescencia de Cándido transcurrió entre los animales y la agricultura, entre la lenteja y el pinocho, o en el paso de la tierra a la teja. Curtido por las duras y austeras condiciones de vida, en el trabajo, se granjeó el respeto y el cariño de quien lo conoció. En sus evocaciones, falleció en febrero de 2014, queda reflejado su modo de vida, un regreso al pasado con cierta nostalgia, al que describió con tanta modestia que contrasta con la grandeza de lo que narra.