jueves, 16 de enero de 2014

De la ballena de Chasna al mero de tío Elías

  José Dorta García

De la ballena varada en Chasna hasta el mero que atrapó tío Elías transcurrieron casi dos siglos. Día a día con el mismo aliento, en pos de extraerle recursos a la mar, aprovechando hasta el último gramo de lo que se obtenía de su orilla y de sus aguas. Incluso beneficiándose de los restos que se varaban, tal como de los cetáceos, o sus partes, codiciados principalmente por su aceite y su esqueleto.
Los varamientos de ballenas, en la actualidad tan frecuentes, se encuentran en múltiples referencias en nuestra historia, como en las memorias de Lope Antonio de la Guerra y Peña, en las que se narra las particularidades de la que encalló en abril de 1779, en alguna de las playas de Chasna. “Que tendría 60 pies de largo, 18 de diámetro, y 42 de circunferencia en su voca podría andar con libertad una yunta de Bueyes, y en su mandíbula inferior se sentaban hasta 18 hombres. La distancia en que varó fue causa de que muchos no buvieran ido a ver un Cetáceo de tal magnitud, y de que no se huviera hecho una exacta descripción de el, ni aprovechadose mejor; pues aunque se le extrajo mucho Azeyte y de su Espinazo se hicieron algunas barcas, no se sacó la esperma, no otras cosas, que son muy útiles; faltabale un aletón o nadador a lo que se atribuyó el haverse muerto.” Apuntándose como más probable el que fuese alguna de las ballenas arponeadas y no capturadas por los pescadores de Gran Canaria que en esos meses se dedicaron a la pesca de estos cetáceos que frecuentaban las costas de las islas entre los meses de marzo y junio, meses que vienen tras uno de sus alimentos preferidos, las caballas.
Hay múltiples referencias de tradición oral que narran los aprovechamientos de los restos de estos grandes animales que daban con sus restos en las costas del Sur. En Tajao se cuenta que hubo una tan grande que sus huesos se utilizaron para diversos útiles domésticos. El pescador de las Galletas Alejandro Marcelino se encontró otra en media mar y la remolcó hasta la Punta del Viento donde procedió a extraerle el aceite. Otro viejo pescador de Los Cristianos, Leopoldo Díaz Tavío, recuerda diversos restos de estos cetáceos en la zona de El Camisón, entre los Municipios de Arona y Adeje, sobre todo los huesos de una de grandes dimensiones que durante algún tiempo formó parte del paisaje del Cabezo Grande.
Asimismo se podría realizar un amplio seguimiento en la prensa, a modo de ejemplo citamos tres casos de la primera mitad del siglo XX. Como ese ballenato que se varó en la Playa de Los Cristianos, en junio de 1907, que “medía nueve metros de largo y pesaba ochenta quintales. El enorme pez ha sido descuartizado, extrayéndole el aceite que su carne segrega por la acción del agua hirviendo.” O ese que extrajeron dos pescadores de la costa del Porís de Abona, en julio de 1934, que medía algo más de cinco metros y para el que fue preciso “emplear cuarenta hombres para echarlo en tierra, pues pesa dos toneladas.” O aquellos restos de ballena que apareció en avanzado estado de descomposición, en agosto de 1959, en Playa Honda, en los límites entre Arona y Adeje. Se le calculó, por el tamaño de la cabeza, que era lo único que se encontró, unos quince metros de largo y algo más de una tonelada de peso
  Elías Melo Alayón
Y de estos cetáceos que arriban por nuestras latitudes en los meses previos al verano, pasamos a la pesca de meros de considerables tamaños como aquel que en los finales de los años cuarenta o comienzos de los cincuenta, trajo a tierra Elías Melo Alayón, tío Elías. Como tantas otras mañanas de esos años, madrugó para ir a faenar con su hermano Antonio, en el barco El Marino. Con unos golpes de remo se acercaron al Risco de los Acantilados de Guaza, en Los Cristianos, en cuyas aguas localizaron un mero de unos dos metros y de más de cien kilos. Lo pescaron con una pandorga, con la que, y no sin grandes esfuerzos, lo izaron al barco. Una vez en tierra lo transportaron introduciendo uno de los remos por las branquias y llevándolo a hombros entre los dos hermanos, de muy buena altura, arrastrando la cola por la tierra. Con él se preparó una buena comida para el batallón del ejército que en esos años de pos guerra se encontraban asentados por diferentes lugares de la costa de Los Cristianos.
Más o menos del mismo tamaño y peso fue otro mero, más de dos metros y 144 kilos de peso, que se capturó en la costa de Adeje, en la playa de Iboibo, en las cercanías de Hoya Grande. Desde esa zona y en una tarde de abril de 1966, un aficionado a la pesca submarina, José Dorta García, se dispuso a ejercitar uno de sus deportes favoritos. Nos podemos imaginar su sorpresa cuando contempló las dimensiones de ese mero. Una vez que clavó su arpón en el pez, tuvo que luchar más de dos horas para poder sacarlo a flote, llevarlo a la playa y después solicitar ayuda para lograr colgarlo en la posición en que se aprecia en la fotografía que ilustra este comentario. También, y al igual que el anterior, tuvo un suculento final. Según el profesor Carmelo García Cabrera este tamaño de meros es algo excepcional, no conociéndose hasta esos años ningún otro con ese peso y dimensión. Apuntando la posibilidad de que se pudiese tratar de alguna variedad que se cría al otro lado del Atlántico y que por alguna causa desconocida emigró a nuestras aguas.