jueves, 19 de junio de 2014

El cementerio guanche de la Cueva de Uchova en San Miguel de Abona

  Domingo Pérez en la entrada de la cueva


El 19 de junio de 1933, otras fuentes apuntan el 21, fue descubierta la Cueva de Uchova, o de Ochoa, situada en el Barranco de La Tafetana, al norte de San Miguel de Abona, por Domingo Pérez González, quien en sus declaraciones narró esos primeros momentos de sobrecogimiento, que después de esa inicial impresión y de contemplar algunas momias con la luz de unas cerillas, se marchó en busca de un aparato de carburo, recorriéndola en su totalidad. En sus primeras declaraciones refiere que se encontró en diversos puntos agrupaciones de dos o más esqueletos y que en un recodo de la cueva llegó a contemplar hasta doce.
En un estudio realizado por Luis Diego Cuscoy, se anotan algunos datos sobre el Barranco de La Tafetana. Es una zona donde abundan las cuevas, con disponibilidades de agua y abundantes pastos, pero en las cuales no se han encontrado vestigios de vida humana, ni tan siquiera temporal; por lo que apunta que esta necrópolis podía pertenecer a una población trashumante y pastoril. 
La Cueva de Uchova tiene su entrada orientada al noroeste y está compuesta de diversas estancias diferenciadas, llegando a los casi sesenta metros de longitud. Con una entrada angosta, que se amplió en el año de su descubrimiento, en de galería tubular de unos 16 metros de longitud y entre dos y tres de ancho por uno y medio de alto; una bóveda de algo más de veinte metros de largo, 16 de ancho y entre 2 y 5 metros de alto, y donde se encontraron la mayoría los restos humanos; un tubo de similares características a la entrada, de unos ocho metros de longitud que da a otra bóveda, de algo más de 10 metros de largo, por 3,50 de ancho y más de dos metros de alto, donde se encontraron otro grupo de esqueletos. Los cadáveres estaban colocados en el contorno de las dos cámaras de la cueva, sobre troncos apoyados en piedras; en el suelo sobre lajas; en repisas naturales protegidos por piedras en su borde; y en su mayoría superpuestos y sin una orientación predominante. Asimismo se encontraron múltiples cuentas de collar, algún resto de vasija de barro, hachones de tea o un fragmento de un cuenco de madera que hace pensar que el grupo que la utilizó tenía dedicación pastoril.
  Plano de la Cueva de Uchova

Desde que se conoció el descubrimiento transcurrieron varios días antes de que se custodiase su entrada. Se calcula que fueron varios miles de personas de todos los pueblos vecinos los que pasaron por el barranco de La Tafetana para contemplar, tocar, mover de sitio y al mismo tiempo llevarse más que algún “recuerdo”.
De los pocos datos que se pudo obtener en esos primeros días de confusión es un informe de capitán de la Guardia Civil, Santiago Cuadrado. En el que se anota que la mayoría de los esqueletos, cincuenta y cinco, estaban colocados en cubito supino, y que por configuración de los cráneos debían pertenecer, en su mayoría, a mujeres. Uno de los esqueletos, que pertenecía a un hombre de un metro setenta y cinco, tenía adherido una piel cosida y conservaba parte de la piel en un pie, con sus uñas correspondientes. No encontrándose ningún enterramiento.
En la mayoría de las informaciones de prensa se habla de momias, sin hallarse ninguna entera. Se estima que solamente eran cinco o seis los cadáveres que presentaban muestras de momificación. Desde las primeras informaciones se constata la destrucción casi total del descubrimiento. En la primera estancia se encontraron huecos abiertos en la roca, a manera de nichos, del tamaño de los restos. En otros lugares construyeron una cavidad plana, con piedras en forma de pared y sujetas por un trozo de madera de sabina quedando así formando una superficie plana, sobre la que colocaban una piel curtida, y sobre la piel tendían las momias en las cuatro direcciones. A derecha e izquierda y en el fondo, aparecen esqueletos, destrozados ya, de todos los tamaños. El espectáculo es verdaderamente desagradable, no ya por lo macabro, sino por la profanación cometida por gentes sin conciencia, y que han dejado a su paso por aquel sagrado recinto las huellas de su incultura, de su apatía, de su barbarie.
Ante lo que se ofrece a nuestra presencia, sentimos el dolor del incalificable atentado. Aquellas momias, ya no son tales, ni esqueletos siquiera, sino un montón informe de huesos humanos, cuya reconstrucción se haría poco menos que imposible. Nos dio la sensación de esos lugares que existen en todos los cementerios para arrojar los restos olvidados, y quemarlos después. Cráneos a los que les falta la mandíbula inferior; casi todos están en esta situación; otros a los que se les ha arrancado la dentadura, que ruedan por el suelo, o entre las piedras junto con los fémures, tibias y demás piezas del armazón ósea. Las pieles curtidas, sobre las que descansaban las momias, han sido robadas. Hemos visto solamente una, y para eso ya destrozada, deshecha.
En el fondo de la cueva había varias momias, entre ellas una, al parecer de una mujer, al lado de la cual, y en la misma posición, de Este a Oeste, había otra más pequeña, la que se suponía que era un niño. Pues bien, tanto el cráneo como el resto del esqueleto se lo llevaron; solamente quedan unas pequeñas costillas que ya no dicen nada de la existencia de tal momia.
Restos de esqueletos de la Cueva de Uchova

Como ya se trata por más de un periodista que visitó la cueva, ésta fue la peregrinación de la barbarie. El azar rompió el descanso eterno de los antepasados que poblaron esta tierra áspera pero agradecida; desconocida e ignorada, salvo en la desgracia. Las culpas se reparten, fue más la ignorancia, la curiosidad, que el afán de lucro; pero fue más aún la desidia de las autoridades, la que restó valor a este que pudo ser un importantísimo hallazgo, al que no se tuvo la posibilidad de efectuar un concienzudo estudio.
Han transcurrido más de setenta años de este lamentable suceso, donde la falta de sensibilidad y la desidia destruyó la necrópolis de la Cueva de Uchova, arruinó la posibilidad de analizar y comprender un poco más de ciertas practicas de nuestros antepasados. Pero no sólo las desapariciones y los destrozos se produjeron en la cueva; también en la “recogida” oficial de lo que permanecía en el lugar. Sin ningún orden se introdujeron en cajas y se remiten al Cabildo Insular de Tenerife, de cuyo lugar también sufrió el abandono y las sustracciones.


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