viernes, 21 de marzo de 2014

Virgilio Reyes García, último zapatero en el Valle de San Lorenzo

  Virgilio Reyes en su zapatería de la Avenida San Lorenzo, 2004
 
Algunas profesiones van perdiendo el protagonismo que poseían, se han transformado o se han perdido. Al volver la vista atrás y recorrer el recuerdo en busca de la evolución de algunas de estas profesiones, de esas que han quedado ancladas, sepultadas en la mayoría de los casos por las nuevas implantaciones que nos ha traído la lógica evolución de la sociedad, es avivar la memoria de ese pedacito de nuestra historia cotidiana. Uno de estos oficios, su manera de ejecutarlo, es el de zapatero, de tanta necesidad hasta, por lo menos, la década de los sesenta y en la actualidad casi olvidada, lo recorremos a través de las hábiles manos de Virgilio Reyes García, el último de estos viejos zapateros que ejerce en el Valle de San Lorenzo, en Arona.
La importancia que tuvo esta profesión lo constata el gran número que practicaron esta labor en el Municipio de Arona. Aquellos que confeccionaban las lonas para el trabajo, los zapatos para los días de fiesta, que se llevaban en la mano mientras se transitaba por caminos empedrados, que se calzaban cuando se llegaba a la entrada del pueblo. Como ejemplo citar los existentes a finales del siglo XIX, en Arona, ejercían Eladio Almeida Montesdeoca, Nicolás Fumero García, Agustín Miranda Rodríguez; o Ramón Borges, en Altavista. Con los años se añadieron algunos otros como Pedro Mena Frías o Antonio García Fumero, quienes tenían sus modestas zapaterías en Arona; o la de Benito García, en La Hondura.
A finales del siglo XIX ejercían en el Valle de San Lorenzo, Miguel García Domínguez, y Narciso Delgado García; a quienes se les añadió a comienzos del siglo XX, Nicolás Fumero García. En los años veinte ejecutaban este viejo arte: Antonio Morales, con zapatería en El Pinito. Miguel García Domínguez, cho Miguel de La Vera, apodo que adquiere por tener su taller en La Vera, en Llano Mora. Martín Gómez Álvarez, en Cabo Arriba. Juan Moreno Moreno, en La Tosca. Y José Delgado García, agricultor y zapatero, que ejerció en Chindia, junto con su hermano Narciso.
El último de los zapateros tradicionales que quedaban en activo, Virgilio Reyes García (Valle de San Lorenzo, 1922-2005), relató algunos pormenores de esta profesión, aprendida de su padre Benigno Reyes García, quien durante años tuvo un pequeño taller de zapatería en La Tosca, donde comenzó con este oficio después de la Guerra Civil; él era amañado cuando era nuevo, en la posguerra cuando la cosa se puso fea, tiró por esto. Empezó a hacer sandalias y remenditos. Ya él se fue afirmando un poquito y empecé yo. Aquí fue donde primero ejerció su oficio, compaginándolo con diversas tareas del campo, con posterioridad y después de oficiar de zapatero en el servicio militar, tuvo taller propio en La Hoya, donde estuvo algo más de diez años, hasta que se trasladó a la Calle Nueva, la actual Avenida de San Lorenzo.
En esos primeros momentos, cuando estaba en La Hoya, recuerda que había 5 zapaterías en el Valle de San Lorenzo. Su padre que seguía en La Tosca; Modesto en La Calle, señor Jaime en La Cabezada y Martín Rueca en Cabo Arriba. Hace referencia a Modesto Pérez, Jaime Hernández Tejera y Martín Gómez Álvarez.
Cuando trabajaba en la zapatería de su padre, los materiales escaseaban y se llegó a realizar zapatos de mujer con la parte alta confeccionada con hilo y agujas de barbilla y después colocarle la suela. Había que buscar la forma, de cómo fuera, lo que fuera, porque sino se quedaba uno descalzo. Para confeccionar las alpargatas, su madre, Julia García Valentín, cosía la parte alta en su máquina y después ellos le añadían la suela. En un tiempo, peor mucho tiempo, mi madre hacía la parte alta de las alpargatas y nosotros hacíamos la parte baja. La parte alta la hacía ella en la máquina della, loneta gruesa, tela de pantalón, de lo que fuera, dentro le ponían hasta forro de saco, saco finito.
  Benigno Reyes y Julia García, padres de Virgilio Reyes
Estas suelas se realizaban con las ruedas de los camiones, era lo que había, eso lo comprábamos a algún camionero, esa goma se deshuesaba toda y se sacaba la parte de los lados. Daba cinco pares en redondo de zapatos y dos y medio o tres en el rodaje. Se quitaba el aro que iba a la llanta, después se cortaba por el dibujo, se cortaba también por el otro lado y daba tres trozos. Por un lado dos y medio y por el otro dos y medio, eran cinco pares, y la del fondo o eran dos y medio o tres pares. Esa goma se abría, había que saberla separar, había que coger la telita y por aquella telita ir, tas, tas, con el cuchillo. Se quitaba la parte de dentro pa hacer las alpargatas de mujer, era el forro que traía, y la parte de fuera pa hacer los zapatos, y con eso se trabajaba, no había otra cosa. Ahora no sirve porque la goma viene tejida de vergas. 
Y coser a mano, realizando los agujeros en la lona o en la suela y coserlos con el hilo que él mismo preparaba. Se partía de un ovillo de linaza, anudándose varias hebras, según lo que se fuera a coser, se torcían, se le sacaba la punta y después se le daba el cerote, que se preparaba con ceras y pedriegas; resina que al comienzo del siglo XX se conseguía de los residuos de la destilación de la resina de pino, de La Fábrica instalada en Los Cristianos. Para disponer de este cerote se partía de la cera, picadita muy fina para que se derrita más luego y después pesas, a suponer cuarenta gramos de ceras, treinta y cinco de pedriegas, para que quede el cerote tan duro. Los pones a guisar y cuando esté ya líquido de todo coges el cacharro y lo vacías en un cubo de agua, que no llegue al fondo ni a los lados, la vacías y se queda hecha una penca, tú coges rápido para que no se te seque y empiezas a trabajarla y trabajarla y te queda el cerote. Con ello se le aplicaba a las hebras de linaza ya trenzadas, se conseguía una mayor fortaleza y durabilidad, además de poder trabajar con más comodidad.
Por sus manos han pasado todo tipo de calzado, yo he hecho de todo en la vida, de cosas de calzado, hasta botas del ejercito hice, en el ejercito. Para realizar un buen par de zapatos, y trabajando duro, se tardaba un día; un zapato de vestir, aparao ya, aparao se llama terminado la parte alta, se hacía en el día, yo trabajaba fuerte, yo y todos los que éramos nuevos. Hay que partir de un buen material, buenas herramientas: alicates, leznas, martillos, macetas, cuchillas, pinzas, botadores, troqueles o la máquina de coser, que tantos trabajos alivió. Y disponer de un surtido de adecuada hormas, de las que posee más de cien pares. Un oficio como este, tú ves un zapato y haces un corte del que ves, y haces un zapato, el que hace el zapato es la horma, es el zapatero, pero es la horma, buscar una horma buena. Y buena mano por la que deslizar esos útiles, esa buena mano que ha tenido Virgilio Reyes García durante toda una vida, que ha transcurrido entre suelas e hilo de linaza, entre clavos y colas, y siempre rodeado del cantar de los pájaros, de los que ha llegado a disfrutar de más de doscientos.

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