viernes, 6 de diciembre de 2013

Pepe Castellano o la maestría en la mar

 
Pepe Castellano, 2006
 
Conocer lo que fue la vida en la mar, en los barcos de cabotaje, en las artes de pesca, o lo que representó el Porís de Abona en estas labores, que mejor que haber escuchado a un viejo marino, ya tristemente fallecido: José Castellano de la Cruz, Pepe Castellano como cariñosamente se presentaba. En presencia de su esposa, Carmen Cabrera García, escuchamos absortos los recuerdos que ha ido atrapando casi desde su nacimiento, allá en 1914, en La Morra, en el Porís de Abona. Barrio costero que en ese entonces rondaba las 200 personas, que habitaban una treintena de viviendas y un buen número de cuevas; llevando una vida cotidiana austera y humilde, cuyo sustento había que arrancárselo a la mar. Y que para conseguir el agua para el consumo doméstico se disponía de algunos aljibes o trasladarse a Tajo, situado a unos cinco kilómetros, caminando y traer una lata a la cabeza. 
Su entrega a los menesteres de la mar lo hereda de sus padres, Miguel Castellano Pérez y Amelia de la Cruz Fariña, que dedicaron sus vidas a la pesca y al cabotaje con algunos de los barcos que han urdido buena parte de la historia del Sur de Tenerife, como el San Pedro de Abona, Lolita, Mercedes de Abona o Amelia
El San Pedro de Abona lo construyó, en Las Eras, el carpintero de rivera Juan Cabrera. Con este barco su padre transportaba los tomates desde Punta Larga, en Candelaria, a Santa Cruz de Tenerife. Se cargaba el San Pedro, quinientos ataos, y tenía otro barco más pequeño que no tenía motor, que siempre cuando sobraba carga lo ponía en el barco pequeño ese y de remolque lo llevaban pa Santa Cruz. El San Pedro de Abona era un barco de vela y motor y el pequeño que apunta Pepe era el Nivaria, un pequeña barca de pesca que se utilizaba, entre otros quehaceres, para calar el chinchorro. El viejo calaba el chinchorro y cogía el pescado, y las mujeres de aquí, se vivía deso, del pescado que iban a vender a Arico, Fasnia, Villa Arico, hasta El Escobonal, caminando pallá hasta El Escobonal iban las mujeres a vender el pescado. Y más tarde las llevaba Pepe en una guagua que compraron en Santa Cruz y que realizaba el trayecto del barrio de La Salud a la Plaza de España.
Su padre tuvo otro barcos como el Lolita, con el que en verano solía realizar excursiones con los veraneantes, a Tajao o a El Médano, y del que Pepe recuerda una copla que hace referencia a algún pasajero que no soportaba los vaivenes: Paco Neda por el miedo/ se bebió un litro caña/ y andaba por el Lolita/ que parecía una araña.
Y luego tuvieron el Amelia, al que su padre le puso toda su ilusión y que a Pepe le invade la nostalgia cada vez que lo nombra, ese era el barco más bonito y más valiente que yo haya visto en mi vida. También lo construyó Juan Cabrera, pero en El Porís, para cuya quilla se cortó un pino en un monte propiedad de Ramón Fumero. La quilla y las roas se cortó en el monte de Fumero y se trajo por áhi pabajo con yuntas a cargar en la casa de don Manuel Solana, allí se cargó la quilla. En un camión que lo trasladó hasta el Porís, al lugar donde en la actualidad está el edificio El Chinchorro; en cuyo lugar también estuvo un campo de fútbol. El resto del material preciso para su construcción se acarreó de Santa Cruz. Fíjese tú qué tamaño tenía yo, que me llevaba yo a la casa de la Viuda de Yanes con el papel del maestro, el maestro hacía el papel de la madera, las pulgadas y el tamaño. La madera toda venía de Santa Cruz, tablas, clavos, todo eso venía en el Isora.
Su silueta balanceándose tanto transportaba mercancías como personas, así lo hizo infinitas veces en los festejos de Ntra. Sra. de las Mercedes o de la Virgen de Abona tal como se aprecia en la fotografía que acompaña este artículo. Y sobre todo fue la “guagua” que unió el Sur de Tenerife con La Gomera. Venía la gente, metía cabras y todo, los que podían ir en la bodega y los que no tapados en un enserado, del palo acá pa popa, un enserado, tapados allí, entrábamos en Los Cristianos los dejábamos y seguíamos nosotros pa Santa Cruz. Cogíamos los tomates en don Miguel Bello, a veces de don Juan Bethencourt y pa Santa Cruz. Transbordábamos al barco, al vapor que iba pa Londres, cuando estaba atracado, trabábamos y cuando no, echábamos los tomates en tierra, en el muelle.
Era la época dorada del cabotaje en el Sur, años treinta y cuarenta, en cuyo tiempo Pepe recuerda como la pequeña bahía del Porís y de la Playa Grande se poblaban con un buen puñado de mástiles, velas y chimeneas. Aquí había fondeados, en esta bahía, entre veleros y barcos de vapor hasta doce y catorce, los veleros que venían, unos con cal, otros con sal, otros que venían de la costa derribaos, otros a cargar las papas, los correos, los barcos de la casa del tomate.
El Amelia en el Porís de Abona
Y después compró otro arte de pesca, una traiña, y la guagua, que era una especie de taxi al que todo el mundo recurría. Aquí cualquier cosa que pasara; Pepe llévame a Arico; Pepe mira, vete a buscar al médico. Y con esa vieja guagua también acarreaba el pescado de la traiña a la recova de Santa Cruz de Tenerife o trasladar al personal al cine en Arico el Viejo, donde esperaba a que finalizara y retornarlos al Porís.
Poco años antes de ir a trabajar a Santa Cruz, en 1964, su padre vendió el Amelia, pero nunca ha podido ausentarse mucho tiempo de la brisa de su pueblo natal, de su casa a la orilla de la mar, de escuchar los marullos rompiendo a escasos metros, que como no podía ser de otro modo se encuentra enclavada en la calle que lleva el mismo nombre que el legendario Amelia. Y siguió vinculado a los barcos, pero en este caso a los cargueros de petróleo y refinados con los que recorrió medio mundo, como el Albuera, Rodrigo, San Marcial, Talavera o el Zaragoza.
Las evocaciones de Pepe son extensas y variadas, enlaza un tema con otro y tanto narra los avatares del valiente y marinero Amelia o de otros barcos que surcaban la mar del Sur, que sus vivencias en pos de mejorar el barrio durante los años que ejerció de alcalde de barrio. Con añoranza cuenta como su familia compaginaba el cabotaje con la pesca; sus viajes a pie aferrado a las faldas de su madre, cuando apenas despuntaba del suelo; o las primeras veces que colaboró con su padre en los labores de la pesca, junto a Juan, su hermano gemelo, yo era pequeñito, y mi hermano, no podíamos casi con un remo, pero lo íbamos ayudar.

Barriero. Barriendo higos picos con rama de balo



Barriero. Barriendo higos picos con rama de balo

Barriero: lugar donde se barren los higos picos. Tal como lo explica el vecino de San Miguel de Abona, Miguel Donate González [Las Zocas, 1928] Viramos a coger higos donde le dicen Los Fondos, eso los pencones eran montones de jigos, viramos a coger por la mañana cuando llegábamos y hacer montonitos, barrieros les decíamos nosotros, de hacer barrieros, cogíamos un cesto lo vaciábamos aquí, otro más allá, donde llenábamos un cesto allí lo envolcábamos y después virábamos a barrer fruta. Si había alguna piedra la quitábamos, alguna piedra con la manija, pa que no hubiera piedra porque dispués al barrerlos en la piedra, no, no.
Barriendo los higos: Salvador González Alayón. Morro Vivo. Al Sur de la Montaña Blanca de Cho. Arona, 2006.