jueves, 26 de septiembre de 2013

En el horno de la vida con Julia García Morales, JULITA MORALES



  Julia García Morales en su cocina 
 
La presencia de Julita Morales (Valle de San Lorenzo, 1919 - 2005) se encuentra arraigada en la mente de sus vecinos, sobre todo, por ser una de esas esforzadas mujeres que los avatares de la vida le supuso hacer una profesión la organización de las bodas. Sencillas celebraciones en lo que lo más frecuente era que los padrinos pusiera los ingredientes y estas mujeres se trasladaban al lugar de celebración para prepararla, o bien si se disponía de horno propio elaborar los dulces y trasladarlos al lugar de celebración. Con dulces, vino y chocolate, mesas en el centro de una sala espaciosa y sillas a lo largo de sus paredes, se festejaron muchos de estos banquetes.
Como el suyo, al contraer matrimonio con Antonio García Morales, en la Parroquia de San Antonio Abad en Arona, una tarde de octubre de 1939. Mi boda fue dulces nada más, entonces no se sabía hacer sangüis y nada de eso, dulces y chocolate, y la mesita y picar allí, y un poquito de vino. Lo celebré aquí y después el baile fue allá en Chindia, cas Pedro el de Chindia y Josefina. Y la celebró en su vivienda, aquí en este cuarto, en una mesa, mi madrina fue Antonia la Panadera y el hermano José. Antonia y yo éramos amigas y por eso fue la madrina, y el hermano. Antonia y José Valentín Hernández, en cuya panadería, la de sus padres, Antonio Valentín y María Hernández Delgado, María la Panadera, se prepararon los dulces, como el de otras tantas celebraciones.
Julia García Morales, Julita Morales, comenzó con este menester en la década de los años cincuenta, bueno, pues después que mi marido murió, que falleció en 1950. Y continuó hasta los años ochenta, que más de trescientas bodas hice yo. Y prosigue su relato del inició en estas labores. Porque a mi siempre me gustaba ir a las bodas a ayudar a hacer de comer y así y entonces Lola Bello, ella se dedicaba a hacer de comer y me dijo: muchacha porqué tú no vas a hacer de comer; ah muchacha, ¿cómo se te ocurre?, yo soy amañada pa hacer dulces y eso, de rosquetes, entonces yo no sabía hacer brazos gitanos, sino rosquetes, bizcochos, tortas.
En esos primeros momentos tenía cierto temor por las proporciones y las cantidades a elaborar, dudas que con el paso de las primeras bodas, se tornaron certezas. Yo aprendí y por recetas que me daban y después me fijaba en las que las amasaban y después aprendí a hacer las tartas hechas chiquitas, después compré mis moldes pa las tartas, yo tenía pa hacer de seis pisos, tenía dos moldes. Las bodas que se hacían antes no se hacía sino rosquetes y algún bizcochón, después ya se hacía más, hacía rosquetes de aceite, aceite y vino, hacía tortas de almendra. Lo que yo no supe hacer nunca pan, pero tortas, mis tortas, no es que yo lo diga sino a todo el mundo que usté le pregunte, como las tortas de Julita Morales no había tortas, hacía mimos, brazos gitanos variados, y bizcochones, queques, mantecados, hacía unas galletas de mantequilla.
La primera boda la preparó en Cabo Blanco, por la que cobró doscientas pesetas, estuve tres medios días haciendo dulces y un día en la boda. La primera tarta que yo hice fue la de Felipe. Los dulces los hice en Cabo Blanco, que tenían un hornito chiquito, que jacían pan. La comida la hizo seña Dolores de Machín, que era amañada pa jacer de comer.

Julia García Morales, a la derecha, en una boda
Los recuerdos de Julita se alongaban en el tiempo, con nostalgia. Entre sus evocaciones está la huerta de sus padres: Esteban García Valentín, Esteban el Kilo, de la familia de Los de Lera, y María Morales Hernández, María la Cueva. Mi madre tenía unas huertitas, cuando mi madre sembraba papas, por las orillas sembraba coles, que entonces no se usaban las coles cerradas, yo me acuerdo de ver las coles cerradas cuando mi madre era nueva. Mi madre sembraba áhi sus calabaceras, sembraba bubangeras, cuando cogía las papas sembraba garbanzos. Como antes llovía cogía mi madre montones de garbanzos, áhi en las huertas, y sembraba millo, sembraba rábanos.  Después que cogía las papas se cogía todo eso, y todo eso se criaba, ni esos bichos ni nada, como ahora que las plantas no sirven pa nada. Me acuerdo verle a mi madre tres naranjeros, tres hermosos, y un manzanero, que eso divertía, todo eso se secó. Antes sí, en las ventas ¿qué se comproba? Esas golosinas, ni nada del mundo, si el vecino tenía le daba a uno un pedazo calabaza, y después sí, ya se empezó a vender, pero de eso todo mi madre lo cogía allí.
Son esas costumbres aprehendidas en la vida cotidiana las que brotaban con cierta añoranza. Entre sus relatos se encuentra un práctico consejo sobre los mantecados que elaboraba con manteca de cochino, azúcar, huevos, bicarbonato y limón rallado. Ingredientes que amasaba con mimo, les daba la forma y los colocaba en la milana para introducirlos al horno. A la milana se le ponía un poquito de harina pa que no se pegara, batía un huevo, o dos, según los que tuviera, y con una brocha le pasaba por encima, lo ponía al horno y te quedaban tan regañaditos.
O la descripción de las hogueras por San Juan y por San Pedro, y la preparación de voladores o pelotas. Confeccionados con trapos viejos y vergas hasta forman una bola, a la que se le prendía fuego; se le hacia girar con la misma verga, que se dejaba de tres o cuatro metros, hasta que se fuese a extinguir la llama. Me acuerdo cuando éramos chicas, íbamos por esas Rosas, donde había camelleros, ya secas, y tomillos, traer sacas llenitas pa hacer las fogaleras. También se usaba hacer unas pelotas de rejos, se le echaba petróleo, y si no teníamos petróleo porque las madres no nos daban, íbamos allí a los desperdicios de la máquina de moler, y siempre había sacos empapados de gasoil y de esas cosas pa hacer las pelotas, dándoles vueltas con un alambre amarrado. Nos asomábamos todos a esas orillas, por ver ese Guaza y esas montañas de Cabo Blanco y todo eso pa ver las pelotas tan bonitas, cuando se juntaban cuatro o cinco. ¡Ay! Que eso me parecía tan bonito.
Escuchar a Julita, atender a sus relatos, la manera de narrar esa memoria emocional del conocimiento cotidiano, fue una admirable enseñanza. Por sus manos pasaron incontables alegrías, mucho calor desprendieron los hornos de su vida. Y con la misma intensidad que prodigó esa alegría y ese calor, aún pervive su memoria entre los que tuvimos la suerte de su trato. 



Documentación: BRITO, Marcos: Valle de San Lorenzo. Imagen y memoria. Llanoazur ediciones

Juan Pérez Morales, EL QUINTO



  Juan Pérez Morales, EL QUINTO
 
Al vecino de Los Cristianos Juan Pérez Morales se le nombra por El Quinto, desde la época que se encontraba de jornalero en la finca de Las Madrigueras y lo citaron para el servicio militar. A su vuelta de la “quinta” le comenzaron a denominar El Quinto. Vivía en la Montaña de Chayofita, a cuya zona aún se le nombre como la Villa del Quinto, donde poseía unas cabras y un macho cabrío, al que muchos vecinos llevaban sus cabras para cubrirlas con este popular animal al que se conocía por el Macho del Quinto.
  José Pérez y Encarnación García, con sus hijos Juan Manuel y Encarnación, y dos sobrinos
Juan Pérez Morales, El Quinto, nació en Los Cristianos en abril de 1927, se casó con Encarnación García Domínguez, Catona. Matrimonio que tuvo tres hijos: Juan Antonio, Juan Manuel y María Encarnación Pérez García. Este apodo perdura en su hijo mayor, Juan Antonio Pérez García, El Quinto, que durante años destacó como portero del equipo de fútbol del C. D. Marino, tal como se le contempla en una fotografía de este equipo de alrededor de 1970.
El Quinto trabajó con Antonio Domínguez en Las Madrigueras y después ejerció de guardián en el chalet de Forentín Castro, en El Camisón, en cuyo puesto estuvo durante más de 20 años, por lo que a ese chalet se le conocía como el Chalet de Florentín o el Chalet del Quinto.

Juan Antonio Pérez, portero del C.D. Marino
Fotografías: Archivo de Juan Manuel Pérez García.

BRITO, Marcos: Nombretes en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones