lunes, 23 de septiembre de 2013

Evaristo Hernández Fumero, EVARISTO CHASNERO o EVARISTO PALOMILLO

  Evaristo Hernández Fumero
 
A Evaristo Hernández Fumero, natural de Vilaflor de Chasna, se le conoce por Evaristo Palomillo, apodo que hereda de su madre, Petra Hernández Fumero, Cha Petra Palomillo. Y del que no se ha podido precisar su motivación. Y además se le nombra como Evaristo Chasnero, una vez que contrae matrimonio en San Miguel de Abona y traslada su residencia a este último pueblo. Entre otras ocupaciones, como a la agricultura, se dedicó al cuidado de manadas de cabras en El Salguero, Vilaflor, en la década de los años treinta; asimismo también las atendió en la Montaña del Pozo, en Vilaflor; en Viña Vieja, en San Miguel de Abona; o en El Salto, en Granadilla de Abona.
En el Censo de la Población de Vilaflor, a 31 de diciembre de 1910, Petra Hernández Fumero se registra en la Calle San Agustín, con 44 años y de profesión su casa. Con sus hijos: Manuel, Rosario, Carmen, Agustina, Isabel, Evaristo y Agustín Hernández Fumero. De entre los 24 años y los 5 meses.
En el Padrón Municipal de San Miguel de Abona, para el año de 1925, Evaristo Hernández Fumero consta inscrito en Tamaide, se anota que nace en el año de 1900, de profesión jornalero, con 6 años de residencia en San Miguel de Abona; casado con Victoria Oramas Pérez, quien nace en 1900. Y su hijo, Evaristo Hernández Oramas, a quien se anota como nacido en 1925.

Bibliografía: BRITO, Marcos: Nombretes en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones

María García Sierra: “a trabajar y pasar penas”


María García Sierra en su juventud

Los recuerdos de María García Sierra (1914-2008 Las Lemas, Buzanada) son alargados y variados, se movieron entre las penurias por la que transcurrió la época en la que le tocó crecer; la nostalgia por alguno de esos momentos vividos, difíciles y con diferente bagaje social; y la alegría con la que rememoró otros tantos soplos de buenos períodos, como los festejos, cantares, carnavales o ese sabor agridulce por el que acontecían los noviazgos y bodas.
Sus padres Francisco García y Dionisia Sierra trabajaban en la albañilería y la agricultura. A su padre era frecuente que le pagaran sus labores con productos del campo. Y cuando había jambre en vez de darle alguna perra le daban medio almud de millo, de trigo, de eso, porque antes se araba y se cogía eso así.” Y María, como el resto de sus hermanos tenían que ayudar a completar el sustento diario, por lo que apenas conoció lo que era la infancia, desde muy pronto le encomendaron tareas del quehacer doméstico, incluso recoger cochinilla, desde a poco que nací, de diez años o por áhi, y después me fui a trabajar en los tomates. Y yo no se, lo que yo se que yo no vi escuela, ni vi na, sino a trabajar desde que teníamos diez años. A trabajar y a pasar penas.
En todos las faenas que surgieran allí estaba María, trabajó en los tomates, recogió cochinilla y cuidó de todo tipo de animales. Antes y después de casarse con Antonio Pérez Rancel y tener sus cinco hijos. Cuando yo me casé me pagaron tres pesetas pa subirme una peseta porque yo no ganaba sino dos pesetas. Y después con aún más ocupaciones, como le pasaba cuando tuvo a su último hijo, al que tenía que llevar consigo a los tomates, lo llevaba en brazos y lo cuidaba Argelia allabajo y después lo traía yo parriba, y un fardo hierba pa las cabras.
Pero no solamente por su prodigiosa mente brotaron trabajos y trabajos, también su rostro se pobló con una pícara sonrisa cuando recordaba viejas costumbres de bailes, de carnavales, de festejos y de algunas conductas acontecidas alrededor de las bodas. Los carnavales desbordaban los viejos caminos de Buzanada, por los que su memoria vieron transitar la desbordante alegría de Carmen Cabeza, que estaba en todos los saraos, tanto en carnavales como en San Juan, que improvisaba versos con suma facilidad, tal como relató María: Cha Carmen Cabeza la más que cantaba, se ponía cosas viejas en la cabeza, una vez pasó por ahí y le cantó a mi madre: Dichosa de seña Leonisa/ que le queda esa florita/ y yo no tengo ninguna/ que ya me quedé solita. O aquel en el que suplica que no pare la diversión; Silencio pido señores/ que dure el baile hasta el día/ porque mi José me dijo/ que hasta otro año no volvía. Y no se le olvidaron las fiestas a las que iba, como las del Valle de San Lorenzo o las del Cristo de la Salud de Arona, a la que llegó a ir con su marido, Antonio Pérez, y los hijos, caminado y con los chiquillos en los brazos y los zapatitos en la mano.
María también participó en el cumplimiento de alguna promesa a San Pascual Bailón, incluso en una, allá por los años cuarenta, para que el parto de una de sus hermanas tuviera buen fin. Yo hice una promesa por mi Corina, que en paz descanse, cuando tuvo el niño más viejo que casi no lo tiene, y prometí un Pascual Bailón, no parábamos, uno bailando sin pararse las dos horas. El baile se efectuó en El Morro, en la tienda y salón de baile de “Cho Enrique”, Enrique Delgado, en el que también participó Dolores Toledo y Rafael Delgado, con quien bailó María.
 
  Antonio Pérez y María García
Asimismo rememoró las ancestrales costumbres de noviazgo y boda. Antes no vía los novios ni nada, sino en aquella casa uno sentado al canto adentro de la casa y otro por fuera en la puerta. Y después de un noviazgo, más bien largo, se preparaba la boda con la sencillez que requería las disponibilidades de cada casa. Para el traje de María, un azul bajito, se compró la tela en la tienda de Quemada y se lo confeccionó Domitila Delgado; y con aquel traje, adiós, me duró no se sabe cuanto. Y el de su marido, bien guapo, un terno azul marino. Él fue a Santa Cruz y compró la tela y se lo hizo seña María Cabeza, que vivía en La Rosita.
Su boda se celebró en la parroquia de San Antonio Abad, a la que fue en un camión viejo que tenía Cho Dionisio, fuimos montadas y yo fui atrás, porque ese día bautice yo a María la de mi Elisa, fuimos nosotros detrás. También apuntó algunos detalles de otra boda que se celebró cuando era una niña, la de Petra Reverón, que realizaron este traslado a la Parroquia en un camello. Y me acuerdo, y fueron en camello pa Arona, y eran doña María y don Miguel Díaz los padrinos y después le oía yo a esos mayores, mi Corina fue, llevaban dos colchas de las mejores que tenían, que antes se juntaba de soltera pa cuando se casaban, y unas almohadas. Él por el alto y el camello casi tapado.
Después de la ceremonia religiosa se regresaba a sus casas para el convite. En la casa de Cha Aquilina celebramos la boda mía, unos rosquetitos de Quemada, que trajo mi madre, y pocas cosas, y después a bailar, bailamos arriba en cas Rafael. O como también relató María, la pareja no solía dormir juntos la primera noche, lo usual era que cada uno pernoctase en su casa, o quedarse uno de ellos en su futuro hogar y el otro en la vivienda familiar. Con una sonrisa, recordó el caso de un novio de Cabo Blanco y una novia de Buzanada. Y ella vino pacá con él y le preparó la cama, decían ellas que le preparó la cama, le quitó la colcha, o le dio patrás o lo que hizo, y después ella se fue por su caminito pallá y él se quedó acostado allí.

 
María García Sierra, 2005
A trabajar y pasar penas. Una frase que encierra una vida de sacrificios, de duras labores, por la que transitó María García Sierra. Una mujer que dejó la huella de la sencillez, de la sabiduría de lo cotidiano, que nos legó una memoria cargada de conocimientos de una vida asida a la tierra que la vio nacer, al máximo aprovechamiento de los escasos recursos de que se disponía.