miércoles, 4 de septiembre de 2013

En la Era Vieja con Encarnación García Toledo

Encarnación García Toledo. Buzanada, 2005
 
Cómo definir a esta vivaracha mujer que por sus manos ha pasado cualquier quehacer imaginable. Cómo describir sus expresivos gestos cuando la narración brota con el entusiasmo que Encarnación aporta a cada uno de sus actos. Entrañable mujer que nació en 1926, en el mismo lugar donde trascurrió toda su vida, en la Era Vieja, en Buzanada, en el Municipio de Arona, y en cuyo lugar falleció en el 2006. Comarca que conoce como las infinitas huellas que surcan sus trabajadas manos. Huellas que se codearon con el sol y la sal, con las jareas, con la criar animales, en la recogida de cochinilla, hierbas o frutas, que conocieron de penas y de alegrías; huellas que sobre todo se marcaron de veredas, las que transitó con cargas de todo tipo. Yo ha garrapatiado más.
Haberla escucharla es rememorar un pasado ya casi en el olvido, diálogo infinito que narra múltiples avatares, tanto nos cuenta como fue a cumplir una promesa que debía su madre, Consuelo García Toledo, a la Virgen de Abona: mi madre debía un duro por un primo cuando fue a la guerra, si no le pasaba nada, y después de mi madre muerta fui yo a cumplirla a Abona, porque antes era aceite, que si velas, o vestirte de los santos. Fuimos pallá, cumplimos la promesa todavía de noche. Como nos habla de su infancia, de esos pocos momentos de ocio cuando iba a jugar a El Roquito áhi donde está la Iglesia tenía un bujerito virado parriba, en un morrito allí más altito y virado pabajo había un morro más alto, y allí díamos, aquí no quedaba sino María la Cruz y yo, y cuando venían de los campos estaba María del Carmen, de muchachas yo y María la Cruz. Todas las noches cuando mi madre encendiera el fuego pa jacer de comer, si tenía nos daba una papa, una rueda carne, un poco calabaza si había, que ello no había tampoco, pa jacer como un calderito pa cuando bautizáramos a la muñeca, comer. Aquí hacíamos la comida, pero en el Roquito había un bujero y allí nosotras mismas hechábamos aquel sermón que era la iglesia, y mira tú ser cierto la Iglesia después allí. Allí dentro era como si fuera un joyo y había una higuera y había pencones y el morro grande virado pabajo.   
Infancia en la que tenían que hacerse sus propios juguetes, como esa muñeca de penca que sostiene en sus manos, en una fotografía reciente obtenida en el Hoyo Galván. Una muñeca de una penca, si se rompía un plato que ello tampoco ni había, aquel era el adorno sobre de otra piedra, un catre se hacía de penca y dispués le ponía las cuatro patas, un camello se hacía de una penca, dispués empezaron los muchachos hacer de vergilla, las ruedas, mi Juan hacía las ruedas de un coche y de camiones con vergillas. 
A la escuela, como casi todos los niños de esta época, apenas asistió. Al no haberla en Buzanada, se trasladaba caminando a Aldea Blanca o al Valle de San Lorenzo. Y caminar, como Encarnación recuerda de vez en cuando, caminar si que ha caminado: toda la vida, llevando cochinilla y cogiendo cochinilla, que ha cogida más, que si estuviera junta era como la Montaña de allabajo de Guaza el montón, bien a cogido cochinilla, todo el día cogiendo por veinte duros. Más antes era menos, y de medias, a siete pesetas el kilo. Y caminar para traer las mercancías a las ventas, todo lo que vendían en las ventas había que venir de San Miguel y dir allarriba donde vivía don Juanicio, por dentro Jama, y llegar uno allí sin el sol salir pa dir por una barca de uvas. Ir al Pilón por nísperos, había que cogerlos y traerlos. ¿Y Sabe usted cuántos años estuve yo diéndo pal Valle hasta cinco veces al día?, pero tenía que llegar aquí sin ser de día, siete años, por ese que no era carretera sino vereda por áhi detrás de la Iglesia parriba. A llevar cajas de cochinilla y a traer pan pabajo, que no había panaderías en todo esto, traía pan pa las ventas, pa María la Cruz y pa Rafael.
Y siempre con esa sonrisa en los labios, con la prodigiosa memoria presta para recitar los innumerables romances y coplas que aprendió de su madre, de oírlos recitar mi madre me decía deso, y yo se me quedaba. Con el recuerdo que le brota a raudales, de los cuales surge sus trabajos en el cultivo del tomate, del raspado de la sal, de recoger gamonas o paja para llenar los colchones. Con gamonas que había en los cercados, cuando trillaban, con paja. Cuando yo me casé fui a Túnez, áhi a la Montaña Ratón a comprar una saca paja pa llenar el colchón. Y celebró su boda en El Puente, entonces se jacía arroz con leche, garbazos, estuve tres días subiendo a San Miguel a jacer los dulces en una panadería de San Miguel.
Y también ha tenido algún huequito para divertirse, con las fogaleras de las vísperas de San Juan, San Pedro y Santiago que todavía prepara, y yo no me quedo todavía sin hacer la fogalera aunque sea un poquito.  O con los carnavales, con vestimentas hechas con papeles de colores y con alguna sabana, y salir con las parrandas, y cada uno tocaba un rato y díamos de aquí a Cabo Blanco con esa parranda y de aquí a Aldea, caminando por áhi padentro con esa parranda. Con el acompañamiento de improvisadas coplas, como la que recita Encarnación:  eso lo oía cantar áhi en ese Valle, que Gregoria la Mandarria era muy cantadora. Catai que allarriba/ viene la calle llena de Juanes/ y como no viene el mío/ pa mi no viene nadie.
A través de sus apacibles comentarios Encarnación ha narrado sus vivencias, las costumbres de la vida por la que transitó, apegada al trabajo diario desde la misma cuna. Cautiva al oyente con su sencillez, por su manera en contar lo vivido, su forma de expresar los sentimientos que van más allá de lo aquí escrito. Ser capaz no sólo de expresar sus experiencias, sus penas y sus alegrías, siempre con ese sabor agridulce que le ha dado la vida, ser capaz de trasmitir la emoción con su entonación, con sus alegres gestos, ser capaz de hablarle a la vida sin tapujos, de reconocer sus trabajos pasados, de relatarlos con la grandeza que le ha dado la humildad, ser capaz de todo ello es lo que engrandece a esta fascinante mujer.


Tarro de ordeño


  Tarro de ordeño
 
Vasija de barro cocido que el cabrero utilizaba para recoger la leche del ordeño de las cabras. Es una reproducción de los tarros utilizados en el Sur de Tenerife, de los que también hay referencias de los que poseían dos vicos y dos asas. Ha sido elaborado por Juan Manuel Pérez García, Meme, artesano que tiene su taller, Taller Alfarería Meme, en el Paseo Dinamarca de Los Cristianos.
Salvador González Alayón, vecino de Arona, recuerda que su padre Antonio González Alayón utilizaba un tarro de ordeño elaborado en Garañaña, San Miguel de Abona, de dos asas, vico y con capacidad para unos 7 litros. Él tenía una piedra en la parte norte del corral, una piedra que estaba allí desde que fue de cabrero, una piedra como que era de cantería y él se sentaba allí y la cabra se ponía arrimada a él, hasta la cabeza por atrás de él. Y yo, me cogía mi padre en brazo y le decía, padre cuando voy por el tarro. Dice: todavía no. Porque a él le gustaba que el ganado reposara, que la cabra después que está en el corral baja leche.
La alfarería tradicional tuvo en La Montañita de Garañana una manera particular de elaborar el ajuar necesario para el desenvolvimiento cotidiano. Tostadores, ollas, bernegales, tarros de ordeño, braseros o platos, son algunos de los utensilios que de manera artesanal se elaboraban en este último enclave alfarero que pervivió en San Miguel de Abona hasta casi la llegada de la mitad del siglo XX.
Otro cabrero, Vicente Delgado Rodríguez, el natural de Chirche, recuerda que su padre, Ezequiel Delgado Martín, que durante varias décadas cuidó cabras en la zona de Guía de Isora, ordeñaba en un tarro de barro cocido. Era así cómodo como pa ordeñar de así de atrás palante y después tenía un viquito pa vaciar la leche, con un asa.
José Trujillo González refiere un hallazgo de su padre, Juan Trujillo, cuando alrededor de 1930 tuvo las cabras en El Salguero, Vilaflor, y ordeñaba en la cumbre en la zona de camino hacía Boca de Tauce. Lo único que había en casa era un tarro que llevaba una lata leche, se lo jalló mi padre en el corral de las chozas del Lomo del Asiento. En un pino que tiene dos pernadas, y en las dos pernadas estaba metido. Un día ordeñando, dice: ¿y esto que está asomando aquí?. Le quita el pinocho y era un tarro. Desde cuándo estaría aquello allí, alguno lo dejó allí.