domingo, 13 de octubre de 2013

Cabras y camellos en Arona


 
Cabras y camellos en Arona

Son dos animales con un alto poder de adaptación a las condiciones de aridez de este Sur, casi siempre sediento. De la cabra además de destacar su integración a la perfección en las condiciones orográficas y climáticas de las islas, resaltar su resistente a la sequía y con un estómago capaz de digerir y sintetizar vegetales de todo tipo, desde un largo elenco de hierbas, hasta aulagas, pencas de tuneras o barrillas. En el Municipio de Arona debido a la escasez de pastos, motivado por el corto e irregular período de lluvias, se practica un pastoreo extensivo. Se aprovechan los pastos por zonas, de una manera rotativa. Las cabras se iban trasladando a lo largo del año a las diversas vueltas y manchones, bien del mismo propietario con el cual el cabrero trabajaba como medianero, o comprando los pastos. Era frecuente el traslado desde el municipio de Arona a los limítrofes, caso de San Miguel o Granadilla; y en épocas estivales al de Vilaflor, para aprovechar las hierbas de la cumbre.
  Imagen tomada en Guaza, a finales de la década de 1940. Muestra el regreso al Valle de San Lorenzo de Emérita Blanco García y José Domínguez Morales, con su carga de sal, rascada en la zona del faro de la Punta de la Rasca 

De la cabra se aprovecha casi todo, la carne, el cebo, la piel y hasta su estiércol; pero sobre todo su leche con la que se obtiene ese preciado queso. Ha sido algo más que un mero útil económico o alimenticio, ha sido sobretodo un vínculo estable y duradero en el entramado social.
Según los censos que hemos podido consultar, entre el año de 1941 al de 1998, en el Archivo Municipal de Arona y en el Servicio de Coordinación Estadística de la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación del Gobierno de Canarias, el número de cabras registradas en Arona fluctúan entre las 700 que habían en 1990 y las 2.332 de 1991. Esta desviación tan marcada de cifras es debido, unas veces, a un desajuste en el censo, con probable ocultación de datos; y en otras ocasiones por razones ambientales, que eran causa de vaivenes e indisponibilidad de pasto, mitigados en parte por el aporte de cereal en grano y restos de cultivos intensivos como el tomate y el plátano u otros subproductos como el millo en rama, batateras, etc. Apuntemos que las cabras censadas en 1941 ascendían a 1.084, mientras que en el año 1998 a 1.747.

 
En La Planada  (Los Cristianos), a comienzos de la década de 1930, se aprecia la camella de Nicolás Melo Cabeza, quien en el censo de población de 1920 aparece domiciliado en el Valle de San Lorenzo y cuya profesión era la de arriero. La camella esta provista de la silla de carga, para transporte de mercancías; al cuello porta la esquila; también va equipado de sálamo y  cabestro, al cual va atada la soga que lleva Nicolás Melo; y quien en su mano izquierda sujeta el palo del camellero, de alrededor de un metro de longitud, con la trenza atada a un extremo.

Además de las manadas que pastaban en régimen de libertad, en el municipio de Arona existieron numerosas cabras de encerradero. Eran muchas las viviendas que poseían un pequeño corral en sus aledaños, tanto es así que de las 701 cabras que estaban censadas para el bienio 1947-48, según el Padrón de tránsito de animales por las vías públicas y terrenos del común, se contabilizan 324, es decir un 46 %, pertenecientes a 259 propietarios que declaran poseer una; y 65 de ellos, dos unidades.
En este periodo se anotan las manadas de Ramón Fumero Beltrán, en Arona, con 32 cabras. En Las Madrigueras, las 85 de Antonio Domínguez Alfonso. En Los Cristianos, las 38 de Miguel Bello Rodríguez; o las 16 de Juan Bethencourt Herrera. En El Anconito, 27 de Román Reverón Sierra. Y 58 en Guaza, pertenecientes a Juana Bello.
Los cabreros que están inscritos en el Padrón Municipal a 31 de diciembre de 1950 son: en Montaña Fría, Román Reverón Sierra. En Cabo Blanco, Juan González Pérez y Ángel González Fraga. En Buzanada, Faustino Fumero Bello. En Charco Redondo, Luis Reverón. En Chayofa, Lorenzo Pérez Morales. En Chiñeja, Manuel Fumero. Y en Las Galletas, Eloy Melo Alayón. Censo que nos sirve solamente como referencia aproximativa, ya que muchos de los cabreros existentes estaban registrados como jornaleros.
  Carlos Martín Martín, “Compadre Modesto” con su manada de cabras en La Arenita. Trabajó en esta propiedad unos once años, entre 1958 y 1969
En 1961 las manadas con más de 15 cabras eran: 100 en Quemada, de Ildefonso Bello Bello. En Los Cristianos, 43 de Miguel Bello Rodríguez; y 20 de Viuda e hijos de Juan Bethencourt Herrera. 25 en Las Galletas, de Virgilio Delgado Hernández. 63 en Las Madrigueras, de Antonio Domínguez Alfonso. En el Valle de San Lorenzo, 20 de Francisco Domínguez Hernández; e igual número de Francisco Fumero Beltrán. En Rosa Mora, 18 de Vicente Galván Bello. 15 en Cabo Blanco, de Telesforo Fumero Melo. 30 de Las Mesas, de Santiago Rojas de Vera. 30 en Guaza, de Antonio Sáez Izquierdo. Para un total del censo de 1961 de 697 cabras.
El camello era el compañero ideal en aquellas resecas veredas. Se utilizaba para arar, para trillar, para el transporte, de todo lo transportable: piedra de cal, cal, pinocho, ataos de tomates, cantos, papas, arena, jable, piedras, plátanos; grandes y menudos; carga y transporte recorriendo nuestra geografía al vaivén de su cansino caminar; al son de la melodía de su esquila. Era el rey del trasporte, y más ante la ausencia de una adecuada red de carreteras que se fue haciendo realidad, en la década de los años cuarenta con la llegada de la carretera vieja del sur, la C-822, y el Canal del Sur. Incluso compaginó su reinado con la llegada y asentamiento de los vehículos de motor.
También se aprovechaba su piel, su carne o la grasa de su joroba, la corcova de camello, sobre todo en masajes para dolores y jeitos o para combatir las hemorroides. En la actualidad lo podemos contemplar como reclamo turístico y, como no, cada 5 de enero en la Cabalgata de los Reyes Magos.
El camello, en este extremo Sur de la isla, sustituye, para toda clase de transporte, al ganado caballar y mular, por lo cual se ven con frecuencia parejas de ellos en todos los caminos que enlazan a los llamados puertos de Los Cristianos, Abrigos, Médano, Porís y otros, con los caseríos a ellos inmediatos. De esta manera se expresaba Juan López Soler en La Isla de Tenerife. Su descripción general y geográfica, publicado en Madrid en 1906.
La existencia de camellos por la zona está documentada desde por lo menos a comienzos del siglo XVII, y según se recoge en El Mayorazgo de los Soler en Chasna, de Carmen Rosa Pérez Barrios, lo están entre los bienes existentes en la creación de este mayorazgo. Y para finales del siglo XVIII, Pedro de las Casas Alonso, en Adeje. La Casa Fuerte, el Gobierno y la Iglesia, comenta que en el mes de junio el guarda responsable de los camellos de la Casa Fuerte de Adeje llevaba las hembras a Las Galletas, allí estaban hasta diciembre, y en enero pasaban a la Punta del Camisón, La Caldera, Guía , Chío y Alcalá. 
  
 
Fotografía tomada en El Monte (San Miguel de Abona), en enero de 1953, donde el cabrero Salvador González Alayón, en la imagen, simultaneaba el cuidado de la manada con Los Bebederos (Arona), de los mismos propietarios. Su primera hija, María Romualda González Pérez, está mamando en La Mariposa, cabra de la que se estuvo alimentando hasta los seis años. Esta práctica de alimentar a niños con leche de cabra, mamando directamente de la ubre, no era un hecho excepcional. El mismo Salvador y dos de sus hermanos se criaron de esta manera.

Con respecto al municipio de Arona hay constancia de algunos datos del siglo XIX, así en las fuentes recogidas por Pedro de Olive, en 1860, se apuntan que habían tres camellos. Y según una carta de contestación del Ayuntamiento de Arona a petición de la Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio de Canarias, con fecha 15 de abril de 1882, su número había aumentado hasta 12. En la estadística de Francisco Escolar y Serrano, con datos de 1805, no cita ninguno.
Su paso, parsimoniosa gracia olvidada del paisaje, se mantiene, revive, gracias al recuerdo de nuestra tradición oral, ayudado por algunos topónimos que se desgranan por la geografía de nuestro municipio, por más que en la actualidad no mantengan ninguna relación con la actividad que motivó su denominación: la Baja del Camello o de Cho Camello, en el Camisón. La Ladera de Los Camellos, al norte de Altavista. El Camino de Los Camellos, que pasa por Lomo Brao, Altavista y va a La Escalona. La Cañada del Camello, en la zona de Las Galletas. La Téfana del Camello, como también se le conoce a La Corona de Montaña de Cho. O La Camella.
Para el siglo XX se conocen algunas estadísticas que indican las variaciones del número de camellos existentes. Es en las décadas de los cuarenta y cincuenta cuando están inscritos su mayor número, rondando los cien ejemplares, decayendo a partir de los sesenta.. Así para 1941, y según el Censo Pecuario de la Provincia, habían 85 camellos, 23 mulos, 51 asnos y 3 caballos. Los datos más detallados se han podido obtener de los censos de ganado sujetos a requisición militar. A modo de ejemplo desglosamos por barrios los 99 que se recogen con fecha 31 de diciembre de 1945. Un dromedario, que sería su verdadera denominación, había en cada uno de los barrios siguientes: La Sabinita, Guaza, Montaña Fría, Mojonito, Chayofa, Topo, y Cruz Alta. Dos, en Túnez y Vento. Con tres, Altavista y Las Madrigueras, estos últimos pertenecientes a Antonio Domínguez Alfonso. Con seis, Hondura y Cabo Blanco. Con siete, Los Cristianos, de los cuales cuatro eran propiedad de Miguel Bello Rodríguez. Con ocho, Arona casco, tres de Eugenio Domínguez Alfonso. Con catorce, Buzanada. Y el resto, cuarenta y uno, cada uno de ellos de propietarios distintos, estaban censados en el Valle de San Lorenzo.
  Fechada a comienzos de la década de 1950, se puede ver a Luis Pérez Hernández en la huerta grande de Las Altabaquitas, en el Valle de San Lorenzo. El camello, provisto de su cango, lleva tras de sí el arado, cual soñador a la espera del parto de la tierra.

En 1961 ya se registra un claro descenso, siendo su número de 36, repartidos de la siguiente manera: Arona, donde habían 2; Valle de San Lorenzo, 18; Cabo Blanco, 5; Machín, 2; y con uno: Altavista, Mojinito, La Cerca y Sabinita. 4 en Los Cristianos, de Miguel Bello Rodríguez.
El camello fue el compañero ideal para mejor llevar el embate de la soledad en aquellas resecas veredas. Fue, en palabras de Luis Álvarez Cruz, símbolo de las tierras del Sur de la isla, símbolo de la austeridad, del trabajo callado, del silencio pausado, como la tierra misma, como el mismo campesino.  
Diversos datos de este trabajo, así como las fotografías reseñadas, están obtenidos de la publicación del autor de este artículo: Arona en el recuerdo.


Artículo publicado en “Arona. Cuaderno de Etnografía. III Jornadas de Cultura Tradicional y Patrimonio Salvador González Alayón.” Mayo de 2003.


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