sábado, 17 de agosto de 2013

Consolación Rodríguez García o el esfuerzo de una vida

  Consolación Rodríguez García, con balayos. 1935

 
Consolación Rodríguez García, La Morena, a quien se le añadió este nombrete por el color de su piel, ejerció de madrina en el bautizo de María Luisa Rodríguez García, la que recuerda algunos pormenores de la vida de una de las hermanas de su abuela Margarita Rodríguez García. Consolación se crió en Benítez, al borde del Barranco del Infierno, en Adeje, donde María Luisa cree que nació. Sus padres, Francisco Rodríguez y María García, trabajaban de medianeros en Benítez. En el Censo Electoral de Adeje para 1901 se registra en Ifonche a un Francisco Rodríguez, de 63 años y de profesión jornalero.
Consolación La Morena, se adaptó desde niña en las duras tareas de la agricultura y a otras labores a los que se consagraba su familia, como la elaboración del carbón. Estaba con todos los hermanos y el padre cortando pinos y haciendo carbón, hacían el carbón y lo vendían y ella como un hombre más. Y por estas medianías transcurrió un largo período de su vida, cortando leña; haciendo carbón, transportándolo a los pueblos cercanos en los lomos de bestias, a los que se trasladaba a pie por las humedecidas veredas en esas mañanas de rocío y frío; confeccionando zarandas, balayos, con mollos de centeno y de trigo, sembrados y segados pensando en esa utilidad, y los amarres de juncos, que los obtenía de ese vergel que era el Barranco del Infierno.
Sobre Consolación Rodríguez García publicó dos artículos, La Prensa, noviembre de 1935, el periodista Luis Álvarez Cruz, y de los cuales también se han obtenido las fotografías de Bacallado que acompañan a este comentario. Luis Álvarez Cruz visitó a Consolación Rodríguez en su vivienda en Arona, cuando contaba con ochenta y tantos años. En el Censo de Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920, Consolación Rodríguez García se encuentra inscrita en la Calle Luna, de Arona Casco, con 69 años de edad y natural de Adeje.

Consolación Rodríguez García, con tablero para secar cochinilla. 1935
En el primer reportaje resalta su dura vida, de sus inicios con los balayos, con juncos criados en el Barranco del Infierno, fueron remojados y aplastados por sus manos, y enhebrados en la aguja gruesa de la casa. Pequeños haces pajizos fueron rodeados por los juncos y superpuestos circularmente, en vueltas que se iban agrandando desde el “ombligo” del objeto hasta sus bordes superiores. Una puntada de remate, y el balayo salió, con su aire fácil y sencillo de cosa sin trascendencia, de sus manos laboriosas.
¿Y podría, acaso olvidar la frase que para su primera obra tuvo la boca materna? … No la ha olvidado. Su madre le dijo: “Hija; tu obra es una “lipipipura”. Ello equivalía a decirle: “Hija; tu obra no vale nada”. Pero aquella obra de seña Consolación fue vendida en una peseta. En diez tristes monedas de cobre que, a sus ojos, fueron como diez soles de oro purísimo. Porque, vamos a ver, ¿a qué padre le resulta feo el hijo feo de su amor?. Al fin y al cabo, aquel balayo rústico era el primer hijo salido de las manos de seña Consolación. De cualquier manera, aquella obra le había ocupado un día entero de trabajo.
En el segundo reportaje se reseña otra de las muchas labores que realizaba esta anciana, nacida en Ifonche, y que residía en una modesta casa en Arona, la recolección y el secado de la cochinilla.
Balayos y cochinilla son restos, residuos, estertores del tiempo viejo que aún se aferra a la vida. ¡Bah! Cosas que únicamente logran interesar a esos seres absurdos e inútiles –así se le denomina, absurda e inútilmente- llamados poetas. ¿Pero cómo podríamos nosotros evitar que esas cosas nos conmuevan, si nos llegan temblando a las puertas del alma?.
En fin, el caso es que esta viejecita, arrinconando un instante los balayos para atender a la cochinilla, murmura esta frase, urgida de melancólicos y estériles afanes: ¡Si volvieran los tiempos!
¡Si volvieran los tiempos de la cochinilla!… ¡Aquellos tiempos en que la libra se cotizaba a cinco pesetas, otro gallo le cantaría a seña Consolación. Pero la industria de la cochinilla se encuentra arruinada. Si hoy se vende alguna libra, se vende a peseta, y este precio, y este  precio, esporádico por demás, no compensa el esfuerzo. ¡Si no fuera por la necesidad de la “probea”!… ¡Quién sabe, seña Consolación! Si no hubiera sido por estas necesidades elementales de la pobreza acaso ya hubiesen desaparecido del país todas estas cosas antañonas y conmovedoras. ¿Quién se atreve a rasgar los siete velos de la vida?… Pero, palabrería aparte,, volvamos a esto de la cochinilla. 
Bien sencillo es todo. Seña Consolación raspa las pencas de los nopales con una cuchara y recoge el codiciado insecto color ceniza. Una vez en su casa, lo “avienta” sobre un encerado y lo purga de impurezas. Después lo frota con tierra para que “no se dedique a parir bichillos”. Finalmente, lo pone al sol. Cuando se halla seco se envasan las libras obtenidas, y al mercado con ellas. En esto consiste la manipulación de la cochinilla, esta antigua fuente de riqueza de Canarias.

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